Planteadas como una novedad que daba solución a los problemas y limitaciones de los medios tradicionales (largas esperas por una respuesta, falta de imágen, o líneas telefónicas costosas), las redes sociales ofrecían comunicación inmediata entre individuos sin la necesidad de un espacio físico. Sin embargo, como reflejo del devenir en el desarrollo humano, y conforme los usuarios las integraron en su normalidad, la brecha de lo correcto y lo posible se fue tornando imperceptible.
Como arma de doble filo, estas plataformas de comunicación digital son hoy herramientas que mal utilizadas pueden derivar en muertes o violencia, pero en buenas manos pueden provocar cambios sociales de gran impacto.
Pero esto no era así hace 10 años, cuando eran acaso un ensayo de lo actual: interfaces sencillas que operaban bajo una función a la vez (chatear, postear imágenes o videos) y no estaban vinculadas, no había interacción entre ellas.
Su evolución, sintetiza Luis Ángel Hurtado, especialista en comunicación sociodigital y académico de la UNAM, jugó un papel importante nada menos que en los procesos de democratización a nivel mundial. Un claro ejemplo surgió en 2008, con la campaña presidencial de Barack Obama, “quien al no contar con las características del candidato ideal estadounidense fue a contracorriente y se posicionó en redes para finalmente desbancar a Hillary Clinton y John McCain”.
Pero su alcance pasa de lo nacional a lo regional, y la gestión de movimientos sociales desde las redes vio su consolidación en el ciberactivismo de la Primavera Árabe, que detonó luchas libertarias y caídas de regímenes totalitarios en más de una decena de países del Medio Oriente y África en 2011.
¿Más medallas?, al menos un par podemos recordar, impulsar movimientos globales en materia de Derechos Humanos, como el Black Lives Matter y el MeToo y convertirse en la infraestructura que sostuvo el modo de vida durante la pandemia de Covid-19 en las ciudades conectadas.
Por otro lado, el uso corrupto o antiético de estas herramientas y su poca o nula normatividad alientan la difusión sin restricciones de contenido que promueve odio y polarización; servir como medio de difusión propagandística a líderes que exaltan la violencia (Donald Trump), manipular el acervo de datos (Cambridge Analytica) y su circunstancial afinidad con las estrategias de difusión del terrorismo son, en cambio, los costos ocultos en las áreas grises de un like.
¿EXISTE EL EQUILIBRIO?
La regulación del Internet y las redes sociales es, hoy en día, un intento. La búsqueda del control de los contenidos por parte de las grandes firmas de tecnología da un paso adelante… y dos atrás cada vez que se filtra información sobre presuntos malos manejos de los datos personales.
“Lo que deberíamos impulsar es la alfabetización mediática digital, que dé al usuario la posibilidad de hacer un uso educado de lo que ofrece Internet. Con ello estás dejando al ciudadano el control que tiene actualmente del uso de sus redes digitales sin necesidad de la intervención de las leyes”, agregó Hurtado Razo.
En gran medida se trata de poner un riesgo sobre otro, la libre expresión, sin censura estatal o empresarial, pero la posibilidad de que la convivencia con discursos de odio pueda detonar en algo insospechado después de ese like.
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