Si los pobres no comen gasolina, ¿entonces qué comen con el salario mínimo?

Hace unos días, el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, realizó una declaración que suscitó cierto debate: “los pobres no comen gasolina, comen tortilla”.

De acuerdo con sus propias palabras: “Hay que medir, los pobres no comen gasolina, comen tortilla, leche y huevo”.

Esta frase, que muchos vieron con malos ojos, puede tener diversas interpretaciones, pero ¿qué quiso decir con ello? En realidad, Guajardo citó el alza de precios de diversos productos durante los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón, y los comparaba con el periodo del presidente Enrique Peña Nieto.

Aquí lo que más problema causó fue la gasolina.

Pero de acuerdo con David Páramo en su columna del 15 de octubre de 2018, “el consumo de tortillas, pollo y huevo se da más o menos de manera equitativa en todos los deciles de ingreso, pero entre menor sea el decil, se destina una mayor parte del gasto familiar al consumo de esos productos”.

En este sentido, resulta mucho más relevante que el precio de las tortillas, pollo y huevo haya tenido incrementos menores al 20%… [que los aumentos de gasolina, pues] en el sexenio anterior los precios de estos productos tuvieron un incremento superior al 60%”.

Así que, dado lo que ambos personajes han declarado, podemos acertar que la gasolina no es el único problema para los pobres -y no es el más importante, sino otro-.

Si tomamos como cierta la afirmación de Guajardo de que “los pobres no comen gasolina, comen tortilla, leche y huevo”, entonces tenemos que desviar la mirada hacia la canasta alimentaria y los ingresos de las personas consideradas como pobres en México.

¿Qué es un ingreso bajo en una sociedad? Hay diversas formas de fijarlo.

El Banco Mundial ha determinado el umbral para medir la pobreza en todo el mundo en 1.90 dólares. Lo anterior equivale a 4,323 pesos por hogar (de cuatro personas) al mes.

Pero eso es muy ambiguo y queda corto. Otra forma común es determinar este umbral a través del valor de las canastas alimentarias.

Pero hay que tener cuidado: el valor de la canasta sirve para determinar una definición de ingresos bajos con el cual después establecer porcentajes de pobreza, pero NO para sugerir que esa canasta es la recomendable.

Entonces, la finalidad de construir las líneas de bienestar o umbrales de pobreza es contar con una referencia; por lo tanto, no constituyen en sí una recomendación.

Así que una referencia (como una canasta alimentaria) y una recomendación para una vida adecuada no son lo mismo.

Sin embargo, es necesario crearla para comprender muchas situaciones, como la declaración de Guajardo.

Tomemos la canasta básica del Coneval, la cual define como la “línea de bienestar mínimo urbana” o si queremos nombrarla por lo que es: “línea de pobreza extrema por ingresos urbana”.

La urbana contempla 22 grupos alimentarios y 36 alimentos, entre los cuales se encuentran algunos que no son los más adecuados para llevar una vida sana, como pan blanco y de dulce, chorizo y longaniza, jamón, pollo rostizado, jugos y néctares envasados, y refrescos de cola y de sabores.

Para septiembre de 2018 el costo de la canasta básica urbana es de 1,522.46 pesos, necesarios para adquirir todos estos alimentos. Esto significa que una persona que gana el salario mínimo actual -el cual asciende actualmente a 88.36 pesos– y que, por lo tanto, obtiene un ingreso mensual de 2,687 pesos, gasta poco más de la mitad (1,343.5) sólo en su comida.

¿Y lo demás? Ocio, renta, transporte, instrumentos para el hogar y más se ven difíciles con 1,165 pesos que sobran.

No olvidemos lo que cita el Coneval: “la pobreza por definición es indigna. La dignidad es mucho más compleja e implica muchos más elementos que ese nivel de ingresos [para conseguir una canasta básica].

En realidad, el problema aquí no es la gasolina.

Fuente: Dinero en imagen

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