Antes de continuar, quiero aclarar algo: el bienestar no es lo mismo que la medicina.
Medicina es la ciencia que se encarga de disminuir la incidencia de fallecimientos y enfermedades, así como de aumentar la de vidas largas y saludables.
Anteriormente, el bienestar significaba una mezcla de salud y felicidad. Era algo que te hacía sentir bien, te brindaba alegría y no dañaba la salud, como un masaje o una caminata por la playa. Sin embargo, se ha convertido en un antídoto falso contra el temor a la vida moderna y la muerte.
La industria del bienestar toma términos médicos como “inflamación” o “radicales libres” y los diluye al grado de la incomprensión. El resultado final es la medicina de hágalo usted mismo para la longevidad, que viene de la mano con una confianza que la ciencia solo puede aspirar a alcanzar.
Por ejemplo, la moda de agregar una pizca de carbón activado a tus alimentos y bebidas. Aunque el color negro es asombrosamente inesperado y llamativo, se vende como un supuesto “desintoxicante”.
Adivina qué. Tiene la misma eficacia que un hechizo de la bruja de tu barrio.
Tal vez se trate de un asunto de estética. Las pócimas de bienestar en hermosos envases con ingredientes no comprobados y de pureza dudosa están prácticamente empacadas para Instagram.
También quiero aclarar que las toxinas son, en realidad, sustancias dañinas que producen algunas plantas, animales y bacterias (y el carbón no las elimina).
Las “toxinas”, como las definen los traficantes de estas dudosas curas, son un efluvio dañino de la vida moderna que, según dicen, merodea por nuestro cuerpo ocasionando inflamación abdominal y niebla cerebral, como un microscópico Emmanuel Goldstein de la novela 1984, de George Orwell.
Sin estas toxinas no puede haber una búsqueda de la pureza: tampones “limpios”, comida “sana”, maquillaje “limpio”. También hay actos sagrados y rituales que hay que seguir y, si ya has alcanzado el nivel apropiado, liberarás a tu diosa interior.
Desde siempre la medicina y la religión han estado profundamente relacionadas y hace muy poco tiempo que se separaron. El complejo industrial del bienestar busca revivir esa conexión. Es una especie de retroceso médico, como si los mejores tiempos de la salud hubieran ocurrido hace cinco mil años. Se trata de los antiguos rituales de limpieza con un toque moderno: suplementos, productos inútiles y pruebas sin sustento científico.
Los suplementos alimenticios que constituyen la médula del bienestar son un negocio de 30,000 millones de dólares al año, a pesar de los estudios que demuestran que no contribuyen al aumento de la longevidad (solo algunas vitaminas han demostrado tener beneficios médicos, como el ácido fólico, antes y durante el embarazo, y la vitamina D, para los adultos mayores con riesgo de sufrir caídas). La medicina moderna trata de que obtengas los micronutrientes a partir de tu régimen alimentario, que es indiscutiblemente la fuente más natural.
Aun así, el complejo industrial del bienestar ha logrado pervertir ese discurso y hacer de los suplementos una herramienta necesaria para prácticas ilógicas como fortalecer el sistema inmunitario y combatir la inflamación.
La orina color amarillo fluorescente derivada de los multivitamínicos podría darnos una sensación falsa de eficacia, pero es un engaño (y la consecuencia del exceso de vitamina B2 que nuestro cuerpo no pudo absorber).
Entonces, ¿cuál es el peligro de gastar dinero en carbón para eliminar toxinas inexistentes o en vitaminas para tener una orina costosa o en sábanas con conexión a la tierra para mejorar nuestra unión con los electrones terrestres?
El peligro es el siguiente: el efecto placebo o de “probar algo natural” puede hacer que las personas con enfermedades graves pospongan una atención médica efectiva. Todos los médicos que conozco tienen más de una historia acerca de algún paciente que falleció por intentar alcalinizar su sangre o que le apostó a las vitaminas por vía intravenosa en lugar de recibir cuidados oncológicos. Está surgiendo información que refleja que hay más probabilidades de morir entre los pacientes con cáncer que optaron por prácticas médicas alternativas, muchas de ellas promovidas por empresas que venden productos de calidad dudosa.
Comercializar el tipo de producto que mueve los engranajes del complejo industrial del bienestar requiere de un flujo constante de temor y desinformación. Observa con más atención la mayoría de los sitios de bienestar y de sus socios de la industria médica y descubrirás una plétora de teorías conspirativas: las vacunas y el autismo; los peligros de la fluoración del agua; los sostenes y el cáncer de mama; los celulares y el cáncer cerebral; el envenenamiento por metales pesados; el sida como un invento de la industria farmacéutica.
La mayoría de las personas creen que son inmunes a estas ideas radicales, pero la ciencia dice lo contrario. Todos confundimos la repetición con la veracidad, un fenómeno llamado efecto de realidad ilusoria, y el conocimiento acerca del tema no te protege necesariamente. El hecho de que te expongas aunque sea una vez a información que suena plausible puede aumentar la percepción de veracidad.
Creer en teorías conspirativas médicas —como la idea de que la industria farmacéutica oculta las curas “naturales”— aumenta la probabilidad de que una persona tome suplementos alimenticios. Así que para seguir vendiendo suplementos, tapetes con conexión a la tierra, kits para enema de café y otros productos que generan ganancias, no puedes simplemente encender el miedo, sino que debes avivar sus llamas de forma constante.
No puede existir una industria moderna de bienestar sin las teorías médicas conspirativas.
Incluso si evitas por completo estos sitios por lo fraudulentos que son, quienes llegan a creer esta desinformación pueden influir en la salud pública al no vacunarse y al votar en contra de políticas sanitarias basadas en evidencias.
Además, como médica me tomo muy en serio las noticias acerca de los brotes de sarampión más recientes o cuando un amigo gasta dinero en una terapia que no le servirá. Cuando los pacientes solicitan una prueba no sustentada (como la prueba de metales pesados en la orina o niveles hormonales en la saliva, promovidos con mucha frecuencia por sitios de bienestar), debo explicarles que de buena fe no puedo solicitar un estudio inútil.
Tampoco quiero que la gente muera.
Entonces, ¿por qué la gente recurre al bienestar?
Hay síntomas que creo que nos han acompañado desde el principio de los tiempos y que son tan comunes que forman parte de la experiencia humana: la fatiga, la inflamación, la disminución de la libido, el dolor episódico, la pérdida de la energía. Cuando la medicina solo puede ofrecer terapia, pero no una cura, o cuando los médicos brindan respuestas no deseadas (por ejemplo, sugiriendo poner atención a la salud del sueño), no es difícil ver cómo los atrae la confianza intoxicante y el teatro del bienestar.
La enfermedad médica también es atemorizante. ¿A quién no le gustaría recibir vitaminas vía intravenosa en lugar de quimioterapia?
Admito que en ocasiones los médicos podríamos aprender algo acerca del bienestar. Es evidente que algunas personas buscan sanadores, así que debemos encontrar la manera de atender esa necesidad de una forma médicamente ética.
Los médicos podemos esforzarnos un poco más en dar información real acerca de sustancias peligrosas, como químicos carcinógenos y sustancias que alteran el sistema endocrino, en productos y en el ambiente, a partir de sitios de internet validados que no comercializan ningún producto, como el Instituto Nacional del Cáncer y la Sociedad Nacional Endócrina.
Mucha gente, en especial las mujeres, han sido relegadas en el campo de la medicina, pero la respuesta no yace en las teorías conspirativas depredadoras, en una falsa religión ni una magia costosa.
Tal como se encuentra en estos momentos, el bienestar no está llenando los huecos que dejó la medicina, sino que los está explotando.
Fuente: Plano Informativo