No se trató solamente de hallar una ambulancia estacionada casi frente a su domicilio, en la colonia Condesa, mientras trabajaba un documental en torno al tráfico en la Ciudad de México y realizaba retratos de todo tipo de vehículos, de automóviles y camionetas.
Descubrió que la ambulancia era operada por miembros de la familia Ochoa. Pero la curiosidad definitivamente lo rebasó cuando observó al menor de ellos, Josué, de ocho años, jugando al futbol y comiendo papas fritas afuera de la unidad de cuidados médicos, casi como si estuviera en su hogar.
Así fue como el realizador estadunidense Luke Lorentzen decidió el tema de su primer largometraje documental: seguiría las andanzas, sobre todo nocturnas, de Fernando, el padre; Fer, el introspectivo hijo mayor; Juan, el conductor al intrépido volante no solamente del vehículo sino del colectivo; el diligente Manuel Hernández y el resto de los miembros de este grupo de paramédicos certificados que ofrecen servicios privados en una urbe en la que el servicio público de la Cruz Roja, el Erum y los servicios de urgencias gubernamentales, en general, prácticamente no llegan jamás o tardan demasiado.
“No sabía del sistema de ambulancias privadas ni de todo lo que ves en la película. Les pedí subirme con ellos para ver su trabajo y esa misma noche decidí que había un thriller. Es muy raro encontrar una historia que puedes filmar observándola y seguir una emoción e intensidad muy altas. No hay muchas historias que te den una selección de emociones tan abiertas entre el humor, la tragedia, momentos de gran quietud y otros muy altos. Hay una mezcla de todo eso, sólo tenía que grabarlo”, explica el director.
El resultado es Familia de medianoche (Midnight Family, Estados Unidos-México, 2019), que tuvo su estreno mundial en el Festival de Sundance, donde obtuvo una mención especial del jurado de documental por fotografía y luego, en el 34 Festival Internacional de Cine en Guadalajara, el premio Mezcal a mejor largometraje mexicano y mejor director, así como el Guerrero de la Prensa.
Ahora, la cinta producida por Hedgedog Films y No Ficción –de las mexicanas Daniela Alatorre y Elena Fortes–, forma parte de la 14 Gira de Documentales Ambulante, la cual inauguró en la Ciudad de México, el 30 de abril, cuya programación seguirá hasta el 16 de mayo.
Aunque no estudió para ser realizador cinematográfico, desde los 12 años el joven realizador había estado “jugando con cámaras” hasta que, gradualmente, comenzó a contar historias reales. Ya en la universidad realizó sus primer cortometraje sobre un viejo que vivía en su misma calle y, poco a poco, encontró historias “más complejas e interesantes”, como Santa Cruz del islote (2014), que retrata una isla de pescadores sobrepoblada en las costas de Cartagena, en Colombia, o New York Cuts (Estados Unidos, 2015), en el que recorre seis peluquerías y salones de belleza para relatar las diferencias culturales y hasta raciales de cada uno.
“Había hecho un proyecto en Nueva York y siempre he estado muy interesado en las ciudades más grandes del mundo. Creo que en esos ambientes hay historias muy atractivas. La humanidad emerge mediante cosas muy intensas y distintas; quería venir a explorar la ciudad más grande de América del Norte.
“No sabía que iba a quedarme tanto tiempo, llegué al final de 2015 y fueron tres años para hacer la película, de estar cada noche metiéndome un poco más adentro de su vida. Pasó algo muy raro, casi 70 u 80 por ciento de lo que aparece en pantalla fue grabado en la última semana, y creo que al final había entrado al punto necesario para mostrar todo lo que quería al público”, relata Lorentzen.
Para el rodaje el cineasta contó con dos cámaras Camcorder de mano, Sony fs7, una montada sobre el cofre de la ambulancia y otra en la mano, pues le parecía importante capturar los dos espacios, lo que ocurría con el conductor y quienes viajaban enfrente, así como lo mucho que pasaba en el compartimento trasero. Así que el equipo de filmación se redujo a él mismo.
“En una ambulancia no puedes filmar con más de una persona por razones de espacio, éticas y emocionales. Tampoco tenía dinero, cuando empecé, para contratar a otras personas y quería estar solo para tener control de la forma en que conecté con la familia Ochoa. Sabía que era una historia muy complicada, con muchas preguntas muy grandes y quería ser la única persona investigando y entrando a su mundo. Eso te permite más intimidad, más importante que el sistema de filmar a una familia fue el proceso de conectar con ellos”, resume.
Al reflejar la cultura chilanga, descubrió que tiene ¡mucha energía y que es muy honesta!, no sólo porque sus protagonistas dicen lo que piensan, sino porque resulta notorio cuando no lo hacen.
“Veo el mundo y el sistema de la familia Ochoa como uno en que nadie está sobreviviendo, ni los pacientes ni la familia Ochoa, y me provoca cierta tristeza la manera como la corrupción llega desde arriba hasta una familia que intenta hacer todo lo que puede, pero que llega un punto en que no lo logra.
“Fue la experiencia más emocional y complicada de mi vida; fue muy intenso buscar esta realidad y capturarla. Los documentales no son trabajos que puedas aprender a hacer en una escuela, tienes que viajar, conocer a la gente, meterte en sus vidas y hacer una película, que es algo muy físico”, concluye el realizador, que actualmente desarrolla un proyecto en Kansas y otro en Italia.
La Jornada